No es lo mismo ser que estar
No es lo mismo estar que quedarse, ¡qué va!
Tampoco quedarse es igual que parar
No es lo mismo
Será que ni somos, ni estamos
Ni nos pensamos quedar
Pero es distinto conformarse o pelear
No es lo mismo, es distinto
El estribillo de esta canción de Alejandro Sanz golpea mi memoria y la conecta con el artículo recién publicado en La Vanguardia de Mayte Rius, «El auge del lenguaje psicologizante: etiquetas que enfrían las relaciones».
En él se aborda el hecho ineludible de que el lenguaje es significativo, es decir, adquiere fuerza según el contexto, o precisamente ese mismo contexto le resta fuerza.
En la actualidad se trivializa el uso de términos psiquiátricos y el lenguaje propio de la psicología clínica ha salido de las consultas para instalarse en la vida cotidiana.
Términos como narcisista, tóxico, trauma o manipulación se han normalizado en redes sociales y conversaciones personales, especialmente entre jóvenes, generando un fenómeno que preocupa a expertos en salud mental: la banalización del lenguaje terapéutico y su uso impropio como forma de clasificación interpersonal.
Según la catedrática Neus Vidal-Barrantes, esta tendencia refleja un paso de la negación y el estigma que podíamos sufrir la generación de los boomers, hacia una sobreexposición de lo psicológico:
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