Durante estos 25 años que llevamos analizando firmas en obras de arte, hemos comprobado lo difícil que es estampar una firma apócrifa.
En muchos casos, la falsificación de la pintura resulta más fácil que la falsificación de la firma; en otras, como el caso que abordamos, el cuadro era auténtico -según los expertos-, pero la firma era dudosa.
Por esta razón, el cliente se puso en contacto con el despacho, para dilucidar este asunto.
Y es que, habitualmente, una firma auténtica corrobora la autoría, por lo que resulta un valor añadido a la tasación.
Sin embargo, sabemos que una firma falsa no desmerece el lienzo, aunque sí, dado lo torpona que suele resultar, afea el conjunto de la pieza.
Antes de elaborar un informe pericial caligráfico, solemos aconsejar al cliente un estudio preliminar que consta de los siguientes pasos:
Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la indecisión se revela en la torpeza gráfica, la presencia de retoques y la lentitud en el recorrido -entre otros indicios-. Por ello, una de las cuestiones fundamentales es la de descartar las características físicas que pudieran entorpecer la trayectoria escritural.
Descartadas las causas exógenas, hay que comparar la firma dudosa con otras firmas coetáneas para comprobar si, en la época coetánea, el pintor estampaba firmas por tanteo.
Rechazada esta posibilidad, hay que cotejar la firma dudosa atendiendo, en primer lugar, a la velocidad del grafismo, la presión y la forma.
Y ahora lector, fíjate en las firmas que aparecen en la imagen destacada de este artículo.
¿Qué firma detectas que es diferente al resto? ¿Qué elementos la hacen distinta? ¿Estos rasgos discrepantes se refieren a la forma, a la velocidad o a la presión?
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